24.5.11

Tiempos de cambio en el PSOE



Aunque los resultados electorales del domingo pasado son los mejores que ha
obtenido nunca el PP en unas elecciones locales y regionales, lo cierto es que el mérito de esa victoria está más en el hundimiento del PSOE que en el ascenso del PP: 500.000 votos de subida del PP, por 1.500.000 de pérdida por el PSOE. No menos significativo es que la cuarta fuerza política, con casi el 4.5 % de los votos, haya sido el voto en blanco y el voto nulo.

Por ello, se abre un tiempo en el que los socialistas debemos pensar muy
seriamente que es lo que ha pasado. No basta con echarle la culpa a la crisis. Desde luego que la tremenda dificultad económica en la que está sumida España ha afectado, pero algo habremos hecho mal para que ni tan siquiera en aquellas comunidades autónomas y ciudades donde gobierna el PP con mayorías electorales muy elevadas y donde los casos de corrupción son alarmantes esa crisis no le haya pasado factura y, por el contrario, sigan mejorando sus resultados –por ejemplo, en Madrid, donde partíamos
de un pobre resultado del 34 % de los votos y ahora se ha convertido en un resultado indigente del 26 %-.

Aquellos que piensan en el PSOE que basta con la elección de un nuevo líder
para las elecciones generales de 2012 cometen un grave error. Tenemos un problema ideológico, una notable debilidad organizativa y una ausencia de estrategia que hace que nuestro análisis de la situación deba ser de mayor profundidad.

El PSOE mostró un rumbo ideológico claro en la primera legislatura de
Zapatero. No se puede olvidar que cuando la economía lo permitía hicimos los avances sociales más importantes de los últimos veinte años. Aunque es cierto que en los últimos años hemos tenido que frenar parte de esas políticas de redistribución de la riqueza porque la crisis redujo los ingresos y la solidaridad con los desempleados era prioritaria, ahora es el momento de tener claro que el PSOE es el proyecto transformador de la sociedad española donde se protege la libertad para no caer en la uniformidad y la tiranía, y la igualdad, para no deslizarnos en la jungla de la insolidaridad y las competiciones despiadadas. Los trabajadores y los jóvenes son los más afectados por esta crisis y, aunque el paro y la dificultad para encontrar un primer empleo les distancia de la política, mucho más les aparta no visualizar un partido político que apueste y comunice con claridad que está en la vida política para defender
sus necesidades. ¡Lo que siempre ha sido el PSOE!

Los ciudadanos viven con perplejidad la incapacidad de los socialistas para
mostrarnos fuertes, con equipos consistentes y estrategias bien definidas, con mensajes coherentes, persistentes y lo suficientemente claros para llegar a la ciudadanía y cohesionarla en torno a ese proyecto de transformación la mayoría socialdemócrata que existe en España.

Resulta muy triste comprobar cómo muchos que han llevado al partido en sus
territorios a resultado más propios de un partido minoritario que una fuerza de gobierno, ya han empezado a echar culpas a otros y niegan todo responsabilidad. El fracaso ha sido nacional pero eso no quita que en muchas comunidades –por ejemplo, Valencia, Murcia, Madrid- donde los resultados ya eran desoladores y la corrupción del PP es sistémica la situación no sea tan alarmante como para que sus líderes asuman la responsabilidad que les corresponde.

En política lo más grave no es perder las elecciones, lo verdaderamente trágico
es cuando se pierde el pulso de la calle y dejamos de ser una fuerza capaz de articular y proponer un proyecto político transformador que se haga mayoritario. Eso es lo que nos debe ocupar a los socialistas en los próximos meses. Sin prisa, pero sin pausa. ¡Ojala que así sea! Y muchas de las personas que ahora tan sólo tienen la calle para expresar su indignación por la incertidumbre en la que viven puedan encontrar en el PSOE nuevamente el proyecto de cambio para sus vidas, sus ciudades y el país

17.5.11

Contra la indiferencia



Estamos en plena campaña electoral. ¡Locales y autonómicas, si! pero sin duda, de una importancia capital, teniendo en cuenta las dificultades, incertidumbres y abatimiento en el que se encuentra sumida la sociedad española.

En tiempos de crisis, como los que estamos viviendo, un efecto casi consustancial es el “abandono de la política”. Sectores muy importantes de la sociedad se suman al abstencionismo electoral, al indiferentismo ante todo lo público y, al mismo tiempo, se idolatran todos los egoísmos personales y colectivos. Cuando esto sucede, el sentido cívico y la disposición de las personas por el servicio público se hunde, quedando debilitado el Estado y los ciudadanos “refugiados” en sus intereses privados.

El servicio público, la responsabilidad cívica son valores de una gran importancia en una democracia, pero tienen un especial significado cuando las cosas se ponen complicadas. Los “enemigos de lo público” aprovechan estas oportunidades para animar a que los ciudadanos abandonen la política y quedarse ellos con la gestión del Poder.

Dos son las formas que los autoritarios disfrazados de liberales tienen para que cunda la antipolítica: en primer lugar, la desinformación, la mentira y la propaganda. En segundo lugar, el desprecio por el compromiso político y el desinterés por los compromisos públicos.

Las campañas electorales están llenas de propaganda, de medias verdades, de “debates trucados”. La desinformación en la política es una práctica común de los autoritarios que busca la denigración del adversario, la exaltación del Jefe y el aburrimiento del ciudadano honrado. Pero en campaña, las prácticas de manipulación se desarrollan de forma exponencial –no hace falta más que ver cómo se está tratando el tema de la ilegalización de Sortu y Bildu por parte del PP-, es la estrategia de mantener contentos a los sectores fieles que votan sin “rechistar” y generar el desencanto y el abandono de los “tibios” o libre pensantes.

La segunda forma de desincentivar el compromiso político es intentar fijar la idea en los ciudadanos que no tiene sentido alguno comprometerse con lo público, debilitar la idea de interés general y ensalzar los intereses individuales y privados. No es de extrañar que muchos partidos cuando llegan tiempos electorales hablen del “contrato con los ciudadanos” o de “rebajas de impuestos” como grandes reclamos electorales.

En esta situación, y a pocos días de las elecciones, reclamo una acto contra la indiferencia, contra la resignación y el “abandono incentivado” por aquellos que pretenden conseguir un buen resultado electoral no porque les voten más personas sino porque no votan los que lo hacen a sus adversarios políticos.

Está bien salir a la calle y gritar que las cosas no pueden seguir así. Pero si esa fuerza popular no se organiza y no participa en las instituciones queda reducida a la nada, produce melancolía y desesperación. Por eso el día 22 de mayo hay que ir a los colegios electorales y votar, cada uno según su criterio y su opinión pero siempre expresando que no basta con ser sociedad desarticulada sino que también llevamos las reclamaciones a las instituciones.

12.5.11

LA CRISIS DE VALORES



El tiempo pasa y parece que la crisis no tiene intención de abandonarnos en muchos meses. Los indicadores sobre venta de viviendas, las predicciones económicas de entidades públicas y privadas, la situación de los países de nuestro entorno, todo hace preveer que, pese a pequeñas mejoras de carácter estacional, la crisis seguirá afectándonos duramente a los españoles.

De esta situación algunos no ven nada más que la oportunidad para la consecución del poder. La “cantinela” del PP, un día si y otra también, es que estamos en crisis por la funesta política de Zapatero. Pero desde luego, no hacen una propuesta en positivo ni tan siquiera defienden los intereses de España para una mejor imagen internacional. Si sus objetivos se cumplen y la crisis persiste verán cómo durante mucho tiempo la culpa seguirá siendo de Zapatero, de la herencia de deudas e hipotecas del Gobierno Socialista ¡Al tiempo!

Pero más allá de “pequeña política”, lo cierto es que a España como al resto de los países occidentales, gobierne quién gobierne, nos costará mucho salir de esta crisis, incluso aquellos que están creciendo y creando empleo no es descartable que vuelvan a la senda de la depresión y la parálisis económica, política e institucional.

El problema más grave de esta crisis no es la falta de liquidez de los Estados, del estancamiento económico o la destrucción del empleo, es el error en el diagnóstico de sus causas o la incapacidad de actuar en el centro del problema para atajar sus consecuencias. La crisis se está afrontando como si estuviéramos ante “una pequeña” dificultad del modelo económico del capitalismo financiero, cuando a lo que nos estamos enfrentando es a una crisis sistémica expresión del agotamiento del modelo político, económico y social en el que hemos vivido durante décadas.

Por eso no es una exageración, sino más bien identificar adecuadamente el problema, si digo que vivimos en una profunda crisis. Una crisis que va más allá del estancamiento económico, del colapso financiero, de efectos globales o nacionales. Estamos ante una crisis del sistema como hace muchas décadas no se había dado.

Seguro que se ha producido una “crisis financiera” de carácter mundial, debido a la falta de regulación de los mercados financieros y la avaricia de los bancos y grandes concentraciones de capital.

Seguro que se ha producido una “crisis económica nacional” debido a los excesos del “monocultivo urbanístico” y una política de crédito fácil ligada a esa economía del ladrillo.

Pero la crisis en la que vivimos va más allá de la economía y el modelo económico. Es una crisis del SISTEMA. Una crisis de la economía, pero también de la política, de las instituciones, de la sociedad, de los valores y de la posición que ocupamos los seres humanos en el planeta.



Una consideración muy personal antes de seguir. Los tiempos de crisis y de revolución no tienen por qué ser tiempos oscuros. Son tiempos de grandes cambios, son momentos donde se producen transformaciones fuertes que activan la capacidad de supervivencia de las personas. Tiempos en los que los pueblos hacen historia, por lo tanto, yo no me siento pesimista, al contrario, me parece una suerte poder vivir esta época y hacer lo que esté en mi mano para que el resultado de los cambios que se están produciendo sean positivos para el ser humano y el planeta.

La crisis más grave de cuantas estamos padeciendo es la de valores. La sociedad moderna se empieza a forjar a partir del siglo XVI y se consolida con la los principios ilustrados de siglo XVIII que levanta un modelo político donde los derechos de los individuos y la limitación del Poder son la esencia del nuevo mundo. La libertad, la igualdad, la justicia y la solidaridad van a marcar la historia desde entonces hasta nuestros días.

La crisis de valores lleva a la trivialización de los principios ilustrados y lo único que se aporta como alternativa es un nihilismos destructivo, un egoísmo posesivo y una incapacidad de entendernos siendo partes de una sociedad.

A partir de aquí, todos los elementos que sirven para hacernos parte de una comunidad política se empiezan a disolver: los partidos políticos pierden su ideología, las organizaciones sociales se convierten en grupúsculos de intereses particulares, las instituciones se instrumentalizan, el derecho se transgrede y las organizaciones internacionales se devalúan a favor de los más fuertes en la escena internacional.

Todo esto sucede al tiempo que en escenario internacional están surgiendo nuevos y pujantes agentes políticos y económicos. Los países emergentes (China, India, Rusia, Brasil) que cuentan con unas condiciones más favorables para hacerse con el liderazgo económico y político del mundo.

También ahora empezamos a comprobar que hemos tocado techo en un modelo de vida de consumo de los recursos naturales del planeta como si estos fueran infinitos. Es evidente que tenemos una crisis energética, alimentaria, de recursos naturales industriales que no ha hecho más que empezar y que generará notables conflictos en los próximos años.

El resultado de todo esto es un mundo en cambio que requiere tanto para la “política pequeña”-nacional-, como la “gran política”-internacional- del compromiso de los mejores. Sin embargo, desgraciadamente, no son éstos tiempos en los que la política cuente con grandes estadistas y hombres y mujeres capaces de liderar una sociedad de incertidumbres.