12.5.11

LA CRISIS DE VALORES



El tiempo pasa y parece que la crisis no tiene intención de abandonarnos en muchos meses. Los indicadores sobre venta de viviendas, las predicciones económicas de entidades públicas y privadas, la situación de los países de nuestro entorno, todo hace preveer que, pese a pequeñas mejoras de carácter estacional, la crisis seguirá afectándonos duramente a los españoles.

De esta situación algunos no ven nada más que la oportunidad para la consecución del poder. La “cantinela” del PP, un día si y otra también, es que estamos en crisis por la funesta política de Zapatero. Pero desde luego, no hacen una propuesta en positivo ni tan siquiera defienden los intereses de España para una mejor imagen internacional. Si sus objetivos se cumplen y la crisis persiste verán cómo durante mucho tiempo la culpa seguirá siendo de Zapatero, de la herencia de deudas e hipotecas del Gobierno Socialista ¡Al tiempo!

Pero más allá de “pequeña política”, lo cierto es que a España como al resto de los países occidentales, gobierne quién gobierne, nos costará mucho salir de esta crisis, incluso aquellos que están creciendo y creando empleo no es descartable que vuelvan a la senda de la depresión y la parálisis económica, política e institucional.

El problema más grave de esta crisis no es la falta de liquidez de los Estados, del estancamiento económico o la destrucción del empleo, es el error en el diagnóstico de sus causas o la incapacidad de actuar en el centro del problema para atajar sus consecuencias. La crisis se está afrontando como si estuviéramos ante “una pequeña” dificultad del modelo económico del capitalismo financiero, cuando a lo que nos estamos enfrentando es a una crisis sistémica expresión del agotamiento del modelo político, económico y social en el que hemos vivido durante décadas.

Por eso no es una exageración, sino más bien identificar adecuadamente el problema, si digo que vivimos en una profunda crisis. Una crisis que va más allá del estancamiento económico, del colapso financiero, de efectos globales o nacionales. Estamos ante una crisis del sistema como hace muchas décadas no se había dado.

Seguro que se ha producido una “crisis financiera” de carácter mundial, debido a la falta de regulación de los mercados financieros y la avaricia de los bancos y grandes concentraciones de capital.

Seguro que se ha producido una “crisis económica nacional” debido a los excesos del “monocultivo urbanístico” y una política de crédito fácil ligada a esa economía del ladrillo.

Pero la crisis en la que vivimos va más allá de la economía y el modelo económico. Es una crisis del SISTEMA. Una crisis de la economía, pero también de la política, de las instituciones, de la sociedad, de los valores y de la posición que ocupamos los seres humanos en el planeta.



Una consideración muy personal antes de seguir. Los tiempos de crisis y de revolución no tienen por qué ser tiempos oscuros. Son tiempos de grandes cambios, son momentos donde se producen transformaciones fuertes que activan la capacidad de supervivencia de las personas. Tiempos en los que los pueblos hacen historia, por lo tanto, yo no me siento pesimista, al contrario, me parece una suerte poder vivir esta época y hacer lo que esté en mi mano para que el resultado de los cambios que se están produciendo sean positivos para el ser humano y el planeta.

La crisis más grave de cuantas estamos padeciendo es la de valores. La sociedad moderna se empieza a forjar a partir del siglo XVI y se consolida con la los principios ilustrados de siglo XVIII que levanta un modelo político donde los derechos de los individuos y la limitación del Poder son la esencia del nuevo mundo. La libertad, la igualdad, la justicia y la solidaridad van a marcar la historia desde entonces hasta nuestros días.

La crisis de valores lleva a la trivialización de los principios ilustrados y lo único que se aporta como alternativa es un nihilismos destructivo, un egoísmo posesivo y una incapacidad de entendernos siendo partes de una sociedad.

A partir de aquí, todos los elementos que sirven para hacernos parte de una comunidad política se empiezan a disolver: los partidos políticos pierden su ideología, las organizaciones sociales se convierten en grupúsculos de intereses particulares, las instituciones se instrumentalizan, el derecho se transgrede y las organizaciones internacionales se devalúan a favor de los más fuertes en la escena internacional.

Todo esto sucede al tiempo que en escenario internacional están surgiendo nuevos y pujantes agentes políticos y económicos. Los países emergentes (China, India, Rusia, Brasil) que cuentan con unas condiciones más favorables para hacerse con el liderazgo económico y político del mundo.

También ahora empezamos a comprobar que hemos tocado techo en un modelo de vida de consumo de los recursos naturales del planeta como si estos fueran infinitos. Es evidente que tenemos una crisis energética, alimentaria, de recursos naturales industriales que no ha hecho más que empezar y que generará notables conflictos en los próximos años.

El resultado de todo esto es un mundo en cambio que requiere tanto para la “política pequeña”-nacional-, como la “gran política”-internacional- del compromiso de los mejores. Sin embargo, desgraciadamente, no son éstos tiempos en los que la política cuente con grandes estadistas y hombres y mujeres capaces de liderar una sociedad de incertidumbres.

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