22.5.08

POLÍTICA PARA UN MUNDO CIVILIZADO

Conseguir que el hombre viva en paz y los pueblos no se hagan la guerra es un desideratum que desde siempre ha orientado a los filósofos y han buscado los políticos de buena voluntad. La paz de los hombres y los pueblos, como señaló Kant, no puede ser la “paz de los cementerios”, ha de ser la paz que sobre el principio de buena fe se consigue mediante el pacto y el acuerdo. Tanto Kant como Hobbes son conscientes de que la lucha de unos contra otros hunde sus raíces en la naturaleza humana. El miedo y la incertidumbre hacen al hombre desconfiado y generan un estado de guerra natural. Sólo la confianza y voluntad de renunciar a la violencia hacen que en la sociedad reine la paz. Por eso, el hombre debe salir del “estado de naturaleza” y construir la sociedad civil mediante el “contrato originario” resultado del imperativo categórico que le da la razón.
La misma exigencia racional que obliga a los individuos a ceder su fuerza y asociarse en una comunidad política que concentra todo el poder, entiende Kant, es necesaria para conformar una “Constitución cosmopolita” que establezca un derecho internacional capaz de imponerse a todos y ofrecer seguridad y justicia.
Estos principios tan claros y evidentes, aunque tan difíciles de conseguir, han guiado durante el último siglo todos los esfuerzos que se han hecho para establecer un orden internacional. Fueron los que llevaron al Presidente Wilson a patrocinar la fundación de la Sociedad de Naciones en 1918. También fueron los que guiaron a las Naciones que firmaron la Declaración de San Francisco (patrocinada por Rooselvelt y Churchill) en 1945, adoptando la Carta que dio lugar a las Naciones Unidas.
Durante todos estos años, estas organizaciones y el sistema jurídico internacional que conllevan, aunque “imperfecto”, han sido la mejor manera de unir Estados y establecer políticas que nos aproximasen a la conformación de una sociedad civil y un orden mundial que nos garanticen la paz. Es cierto que muchos conflictos no se han podido evitar, pero también lo es que otros muchos se han resuelto mediante la disuasión, el acuerdo e, incluso, la utilización de la fuerza legítima que ampara el Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas.
Naciones Unidas en estos años no ha sido la “República Mundial” que posee el monopolio legítimo de la violencia, pero, como señala Habermas, al menos ha sido un sistema en busca de un régimen de paz y de derechos humanos sancionado a nivel supranacional, que mediante la progresiva pacificación y liberación de la sociedad mundial crea las mejores condiciones de vida posible en una sociedad transnacional. Una “Sociedad” convencional que se sustenta sobre tres grandes principios: la universalización de su Derecho, la búsqueda de la paz y la protección de los derechos humanos y, la prohibición del uso de la fuerza de sus miembros con la amenaza realista de la persecución penal.
En los últimos años los golpes a este orden internacional vienen de muchos sitios. Quizás los más importantes de la injusticia, la desigualdad y el hambre que se extienden por el planeta. Seguro que el terrorismo internacional también está siendo un ataque que pone a prueba el sistema de Naciones Unidas. Pero lo que más daño hace es la nueva política de seguridad internacional inaugurada por Estados Unidos por la que se reserva el derecho a iniciar ataques militares (pre-emptive strike- Preemptive Stike Policy) como un derecho que determina él mismo y que aplica con plenos poderes (no olvidemos que es la potencia hegemónica y uno de los países fundadores). Este es un comportamiento que sitúa a un Estado por encima de Naciones Unidas y rompe con uno de los hechos civilizatorios más importantes que ha fraguado el género humano.
Para cometer tan grave atentado contra el progreso civilizatorio se ponen como justificación los valores morales, lo principios y la forma de vida de la sociedad dominante. Frente a la paz conseguida mediante el pacto a que nos lleva la razón y la confianza mutua que definía Kant hace más de dos siglos, retrocedemos hasta el “estado de naturaleza” donde el más fuerte amenaza permanentemente con su “músculo” a aquellos que no siguen sus criterios. Pero esa amenaza esconde miedo, y ese miedo le genera desconfianza hasta el punto de considerar a todos potenciales enemigos. Y en una sociedad cada día más transnacional e intercomunicada ¿quién es capaz de vivir desconfiando y luchando contra todos? El fracaso político y militar que se está produciendo en Afganistán e Irak confirma esos malos augurios.
Porque no es posible “vivir contra todos” hay que seguir construyendo puentes de entendimiento y acuerdo. Por eso son tan importantes propuestas como las que ha hecho en los últimos tiempos el Presidente Zapatero de la “Alianza de Civilizaciones” o la creación en Madrid de un gran Centro por la Paz. Porque nadie está en condiciones de imponer su forma de vida es tan importante que busquemos cómo entendernos. El unilateralismo hegemónico de una potencia mundial que actúa por encima del derecho internacional se olvida de que estamos en un mundo cada día más complejo y más intercomunicado donde ya no es posible dominar desde un único centro los conflictos entre culturas y religiones cada día más entrelazados. Por eso, sólo una comunidad internacional dispuesta a la cooperación y el entendimiento tiene capacidad de establecer un orden pacífico. Y ese orden pacífico no tenemos que buscarlo en nuevos experimentos políticos. Basta con que sigamos el camino que desde hace más de dos siglo nos abrió la Ilustración y el reconocimiento de que los hombres (y las mujeres) son seres de razón capaces de descubrir que para vivir en sociedad es necesario establecer un pacto de convivencia con normas claras y precisas que obliguen a todos por igual.

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